Por Germán Saucedo.

En México, ahora te pueden multar por «malgenerizar» a una persona trans. A principios de este mes, uno de los tribunales más altos de México confirmó la decisión de un tribunal inferior de condenar a Rodrigo Iván Cortés, exdiputado, por «violencia política de género«. Su «delito» fue referirse a una persona transfemenina, Salma Luévano, como «hombre que se autodenomina mujer» en las redes sociales.

Por ello, Cortés ha sido multado con 19.244 pesos mexicanos (unos 900 euros). Deberá publicar en las redes sociales durante 30 días la sentencia y una disculpa redactada por el tribunal. También se le inscribirá en el Registro Nacional de Personas Sancionadas en Materia Política contra las Mujeres y deberá asistir a una formación sobre «violencia política de género».

Lo que sugiere la condena de Cortés es que el sistema de justicia mexicano ha alcanzado un nivel de captura ideológica pocas veces visto fuera del mundo desarrollado. Si ofendes los sagrados principios de la ideología de la identidad de género, ahora puedes ser llevado ante los tribunales, multado, obligado a disculparte e incluso reeducado.

A la mayoría de la gente de todo el mundo le sorprendería saber que México ha sido capturado por la ideología de la identidad de género. Al fin y al cabo, se trata de un país mayoritariamente católico en el que la mayoría de la gente mantiene opiniones tradicionales sobre la familia y el género. Se podría pensar que esto nos proporcionaría cierta inmunidad contra el wokismo. Pero se equivocarían.

Si bien es cierto que el mexicano medio probablemente haya pensado poco o nada en la cuestión transgénero, no se trata de una ideología que tenga que desarrollarse orgánicamente entre los ciudadanos. El Estado y sus burócratas pueden simplemente imponerla de arriba abajo.

En cierto sentido, el auge del wokismo en México equivale a una especie de colonización ideológica. La visión del mundo de las élites culturales estadounidenses ha sido absorbida por la clase burocrática mexicana y, a su vez, impuesta al resto de la sociedad.

Se trata de un proceso muy poco democrático. El presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador, es de izquierdas, pero no es especialmente woke, como tampoco lo fue ninguno de sus predecesores. Tiene fama de ser socialmente conservador y no ha impulsado directamente la agenda para las mujeres.

Esta ideología proviene en gran medida de las ramas no elegidas del Estado, incluidos los organismos estatales y los tribunales. Por ejemplo, en 2019, el Tribunal Supremo dictaminó que «toda persona tiene derecho a definir su propia identidad sexual y de género» y el Estado debe modificar cualquier documento oficial en consecuencia.

Ni siquiera la Constitución mexicana ha logrado detener la marcha de la ideología de la identidad de género. El artículo sexto garantiza a todos los mexicanos el derecho a la libertad de expresión. Existen algunas excepciones, que permiten al Estado restringir la expresión de ideas que atenten contra la intimidad o los derechos de terceros, inciten a la comisión de delitos o alteren el orden público. Los jueces transactivistas han decidido interpretar estas excepciones en el sentido de que el discurso puede prohibirse si daña el sentido de identidad de una persona trans. De este modo, el uso indebido del género se ha convertido en un delito sancionable sin necesidad de que los políticos electos modifiquen la ley.

Una cosa sería que el gobierno mexicano se pronunciara a favor de la ideología de la identidad de género, o que el Congreso aprobara el tipo de leyes que exigen los transactivistas. Al menos los críticos de la ideología de la identidad de género sabrían entonces claramente a qué atenerse. Obligaría a nuestros gobernantes a un debate democrático. En lugar de eso, la ideología trans se impone desde arriba por medios antidemocráticos, mientras que quienes discrepan se enfrentan a la fuerza bruta de la ley. Cuando los más altos tribunales del país deciden que defender la ideología de la identidad de género es más importante que defender la libertad de expresión, las personas críticas con el género -tanto liberales como conservadoras- empiezan a sentir que no tienen a quién recurrir.

Los ideólogos de la identidad de género han conquistado México.

Germán Saucedo es escritor y abogado residente en Ciudad de México.

Traducción de Contra Borrado 

Articulo original
Comparte esto:
Esta web utiliza cookies propias para su correcto funcionamiento. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver Política de cookies
Privacidad