A mala hora abandonamos las teóricas feministas la terminología de las clásicas radicales que definían nuestra opresión, no por el género, ¡voto a Minerva! , sino por el SEXO : Beauvoir habla de “El Segundo Sexo” , la joven revolucionaria Firestone empieza “La Dialéctica del Sexo” declarando que “el sexo como clase es demasiado profundo para ser invisible” y otra de las grandes, Kate Millet, titula su libro-tesis “Política Sexual”.
Que por qué adoptamos tranquilamente esta extraña noción de “género” que venía del ámbito anglosajón con difícil traducción a las lenguas latinas (percatarse de que “género” en castellano se refiere a una clasificación gramatical:donde hay tres géneros-masculino., femenino y neutro-, que de acuerdo a su etimología (genus ) remite por un lado a genealogía o linaje y por otro a clase o especie. […]
Por qué las feministas adoptamos este palabro extraño “género” en lugar de seguir con la denominación clásica de “papeles o roles sexuales”, e incluso permitimos que usurpara los espacios de “mujer”, y de “feminismo”.
Pues les confieso que por cobardía ( aparte de cierto afán por “aggiornarse” una ) ; o para ser mas indulgente, por estrategia política: hablar de “estudios de la mujer” parecía entonces al público, algo poco serio, muy particularizado, sonaba a “cosas de mujeres”; en cambio, los “estudios de género” tenían el marchamo moderno de las universidades americanas que los pusieron de moda. Igualmente, la palabra “feminismo” todavía en los años 80 sonaba muy fuerte, casi como una provocación (curioso el cambio de hoy cuando todo el mundo se declara feminista y “feminismo” puede ser cualquier cosa, abarcar cualquier lucha, amparar cualquier opresión o desigualdad, defender cualquier causa..) ; así mismo, “sexo” al confundirse con sexualidad aparecía un tanto inquietante. El caso es que así, así, se fue sustituyendo la denominación “violencia contra las mujeres”, por “violencia de género “(de qué género? ¿hacia cuál género? ¿dará igual?.) … Da lo mismo, que lo mismo da…
Y pasó que, queriendo poner el acento en el carácter cultural y construido de la opresión de la mujeres, vino muy bien lo de “género” como características y expectativas asignadas a “lo femenino” pero al tiempo, se desarticuló su relación directa con el sexo que bien se ponía de manifiesto en la antigua denominación de “papeles sexuales” y, al fin, con esta palabra neutra, se obvió la fundamental relación de poder entre los sexos en lo que consiste el patriarcado como sistema que asigna esos roles o papeles.[…]
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