Manifestación convocada por la Asociación de familias AMANDA
El protocolo holandés para la atención afirmativa de menores y jóvenes con disforia se ha impuesto, con los bloqueadores y hormonas, en todo el mundo. También en España. Pero una nueva investigación demuestra que los estudios en los que se basa son engañosos y chapuceros: solo incluyeron los resultados favorables de una muestra muy insuficiente; no han podido demostrar que la disforia desaparezca; no se evaluaron los efectos negativos sobre la salud y la fertilidad…
Una nueva publicación de libre acceso, “El mito de la investigación fiable en medicina pediátrica de género”, se centra en los dos estudios holandeses que impulsaron la atención “afirmativa de género” para jóvenes en todo el mundo. Los autores demuestran de forma convincente que, más que una “sólida investigación prospectiva” o incluso el “patrón oro” en investigación, como suelen describir estos estudios los defensores de la “atención afirmativa de género”, la investigación holandesa adolece de profundos problemas que no se han reconocido hasta ahora.
Estos problemas van desde concluir erróneamente que la disforia de género desapareció como resultado del “tratamiento afirmativo de género” hasta informar solo de los resultados más favorables y no examinar adecuadamente los riesgos, a pesar de que una parte significativa de la muestra tratada experimentó efectos adversos.
Los autores señalan que los estudios holandeses, aunque de calidad inaceptablemente baja según los estándares actuales, eran acordes a las prácticas clínicas y de investigación durante la era de la medicina basada en la opinión de expertos que se practicaba de forma generalizada antes de los años noventa. El término “medicina basada en la evidencia” y su énfasis en la investigación clínica comparativa de calidad para determinar el tratamiento óptimo no surgió hasta la década de 1990. Los investigadores holandeses empezaron a realizar transiciones médicas a adolescentes con disforia de género a finales de los ochenta y principios de los noventa, justo cuando la medicina empezaba a registrar este importante cambio de paradigma.
Los autores afirman que, si los estudios holandeses se hubieran publicado hoy por primera vez, la “práctica innovadora” de utilizar hormonas y cirugía para la transición de género en la infancia y juventud nunca se habría permitido en los entornos médicos generales debido a la muy baja calidad de la investigación y a los resultados cuestionables que experimentaron varios de los y las jóvenes.
Lamentablemente, desde la publicación del último estudio holandés en 2014, la práctica de las transiciones de género en personas jóvenes sufrió lo que se conoce como “difusión desbocada”, un fenómeno problemático, pero no infrecuente, por el que la comunidad médica confunde un pequeño experimento innovador con una práctica probada, y una práctica potencialmente no beneficiosa o perjudicial “escapa del laboratorio”, extendiéndose rápidamente a los entornos de la práctica general.
Los autores señalan que la única forma de frenar los daños de la “difusión desbocada” en curso es realizar revisiones sistemáticas de la evidencia, actualizar las directrices de tratamiento para reflejar la falta de pruebas y, a continuación, “desimplantar” las prácticas no probadas o perjudiciales, un proceso conocido como “inversión de la práctica”. Observan que este tipo de prácticas de inversión de las intervenciones de “afirmación del género” en jóvenes ya están en marcha en Finlandia, Suecia, Inglaterra y, más recientemente, en el estado de Florida.
Los autores también abordan la proliferación de nuevos estudios realizados desde la investigación holandesa. Señalan que estos estudios más recientes, que pretenden haber demostrado definitivamente que los bloqueadores de la pubertad y las hormonas sexuales cruzadas son “tan benignos como la aspirina, tan bien estudiados como la penicilina y las estatinas y tan esenciales para la supervivencia como la insulina para la diabetes infantil”, son aún más deficientes que la investigación holandesa original. Para demostrar la falta de rigor de las investigaciones más recientes, los autores se centran en tres estudios, incluido el último de Tordoff et al., que acaparó los titulares por demostrar supuestamente que, tras 12 meses de “tratamiento” con bloqueadores de la pubertad y hormonas sexuales cruzadas, la depresión en jóvenes con disforia de género prácticamente desaparecía. Los autores demuestran que este hallazgo es inverosímil e indefendible.
Llegan a la conclusión de que, lejos de haber perfeccionado métodos de investigación que antes eran defectuosos, estos nuevos estudios siguen adoleciendo de graves problemas, pero que los investigadores han perfeccionado de hecho el “arte de la pirueta”: tergiversar conclusiones débiles, inciertas o incluso negativas como si fueran sólidas y positivas.
Los autores señalan que la pregunta “Solo porque podemos, ¿deberíamos hacerlo?” no es exclusiva de la medicina pediátrica de género. Lo que hace que este ámbito sea excepcional es la naturaleza radical e irreversible de las intervenciones médicas y quirúrgicas de “afirmación del género” que desean un número exponencialmente en auge de jóvenes en el mundo occidental. Los nuevos cambios en el diagnóstico de “incongruencia de género” de la CIE-11, respaldados por las “Normas de atención 8” de la Asociación Profesional Mundial para la Salud Transgénero (WPATH) como la categoría diagnóstica que debe guiar las decisiones de tratamiento, han dado lugar a una situación en la que prácticamente cualquier modificación corporal deseada por un o una joven, incluidas las ilimitadas posibilidades de intervenciones “no binarias”, puede considerarse “médicamente necesaria”.
También señalan el incesante activismo político de los médicos y profesionales de la medicina de género.
En lugar de dedicarse a reflexionar y mejorar los métodos de investigación, muchos médicos especializados en cuestiones de género reconvertidos en activistas intentan en cambio acallar el debate científico en curso tildándolo de “negacionismo científico” motivado por la ignorancia, el celo religioso y la transfobia.
Los autores observan:
“El problema clave de la medicina pediátrica de género no es la falta de rigor en la investigación pasada, sino la negación actual de los profundos problemas de la investigación existente y la falta de voluntad para llevar a cabo una investigación de alta calidad, requisito de la medicina basada en la evidencia”.
Advierten de que se producirá un daño a gran escala si el establishment de la medicina de género no reconoce los problemas de la investigación en la que se basa y sigue produciendo estudios que favorecen el sesgo en lugar del rigor.
Los autores recuerdan a los lectores que la medicina es un arma de doble filo con potencial para ayudar, pero también para dañar, y que la historia de la medicina está repleta de ejemplos de “curas” que resultaron ser mucho peores que las “enfermedades” que pretendían tratar.
Esta nueva publicación representa un punto de inflexión en el campo de la medicina pediátrica de género. Se trata de una lectura obligada para cualquiera que siga de cerca el actual debate científico en el campo de la medicina de género centrada en la juventud. A continuación, se resumen los puntos más destacados:
Los estudios holandeses sobre las transiciones de género en jóvenes son muy deficientes
Los críticos y partidarios de la transición de género en jóvenes coinciden en que, hasta la fecha, los estudios holandeses representan la mejor evidencia disponible para la transición de género pediátrica y, de hecho, todo el modelo de atención “afirmativa del género” se basa en la experiencia holandesa. La importancia decisiva de los estudios holandeses se pone de manifiesto por el hecho de que las Directrices de la Sociedad Endocrina y las “Normas de atención 7” de la WPATH, bajo las cuales proliferó la práctica, solo hacen referencia a la experiencia holandesa como prueba de los “beneficios” de la práctica.
En los estudios holandeses se descubrió que los bloqueadores de la pubertad, las hormonas sexuales cruzadas y la cirugía transformaban eficazmente los cuerpos jóvenes, dejando a los pacientes satisfechos con su aspecto poco después de la cirugía final. Sin embargo, dichos estudios no lograron demostrar que estos cambios físicos produjeran beneficios psicológicos clínicamente significativos o fiables suficientes para justificar los graves efectos adversos asociados.
Además del pequeño tamaño de la muestra, la falta de un grupo de control y el seguimiento a corto plazo —cuestiones bien conocidas de la investigación holandesa—, los autores identifican varios problemas metodológicos graves que se han pasado por alto.
- En los resultados de los estudios solo se incluyeron los mejores resultados
Los estudios holandeses solo informaron de los mejores casos en cada fase del tratamiento: bloqueadores de la pubertad, hormonas sexuales cruzadas y cirugía. Los que no salieron tan bien parados o tuvieron problemas no se incluyeron en los resultados de la investigación.
El primero de los dos estudios holandeses, que se centró específicamente en los efectos de los bloqueadores de la pubertad, seleccionó sus 70 casos a partir de un conjunto mayor de casos tratados, enfocándose únicamente en aquellos que completaron satisfactoriamente el bloqueo de la pubertad y estaban preparados para empezar a tomar hormonas cruzadas. Los autores sostienen: «Utilizar la fecha de inicio de la siguiente fase del tratamiento (hormonas sexuales cruzadas) como criterio de inclusión definitorio para el estudio de la fase previa del tratamiento (bloqueadores de la pubertad) introdujo un sesgo grave». Quienes desarrollaron problemas mientras tomaban bloqueadores de la pubertad o los interrumpieron no formarían parte de los «70 primeros» casos. Esta metodología también garantizaba que los casos fueran más maduros física y mentalmente, ya que favorecía a los sujetos de más edad.
El segundo y último estudio adolece del mismo problema, pero es más visible, ya que se hizo un seguimiento de los sujetos del primer estudio al segundo. Los 70 casos se redujeron a 55.
Quienes desarrollaron problemas médicos (incluidos 3 casos de obesidad y diabetes y 1 muerte) fueron reclasificados como “no participantes”, con lo que se eliminaron sus resultados negativos de las conclusiones de los estudios.
Los inusuales métodos de selección y retención de sujetos de los estudios holandeses excluyen la investigación de la designación de “estudio longitudinal prospectivo de cohortes de calidad”. De hecho, la mejor descripción de los estudios holandeses es la de “serie de casos”, el nivel de evidencia más bajo y menos fiable.
2. La conclusión de que la disforia de género desapareció tras el tratamiento “afirmativo” es errónea
El hallazgo clave del último estudio holandés de 2014 (y la única mejora clínicamente significativa) fue la “desaparición” de la disforia de género tras la cirugía. Sin embargo, este hallazgo se ve comprometido por el mal uso de la escala de medición de la “disforia de género” de la Escala de Disforia de Género de Utrecht (UGDS, por su sigla inglesa). No solo se cambió la redacción de las preguntas de la escala de disforia de género de femenino a masculino (y viceversa) antes y después del tratamiento, sino que se invirtió todo el mecanismo de puntuación. Por tanto, un paciente con incongruencia de género que respondiera a la misma pregunta de la misma forma registraría un “descenso” instantáneo de las “puntuaciones de disforia de género” en cuanto se cambiara la versión de la escala, independientemente de cualquier tratamiento. Lo explican de esta forma:
El siguiente supuesto demuestra claramente el problema. Se pide a una paciente con disforia de género grave e identificación sexual cruzada que responda a dos de las preguntas de la UGDS: “Cada vez que alguien me trata como a una chica, me siento fatal” y “Cada vez que alguien me trata como a un chico, me siento fatal” (ítems 2 de las versiones “femenina” y “masculina” de la escala UGDS, respectivamente). Es probable que la paciente esté muy de acuerdo con la primera afirmación y muy en desacuerdo con la segunda. La primera respuesta llevaría a la puntuación de “5” en la escala UGDS, que indica el nivel más alto posible de disforia de género. La segunda respuesta —que en realidad es la misma respuesta— daría como resultado la puntuación de “1”, que indica la menor disforia de género posible. Esto se debe a que, a diferencia de la primera pregunta, que pertenece a la batería de preguntas “femeninas”, la segunda pregunta pertenece a la batería de preguntas “masculinas” y, de hecho, asume que el sujeto es varón; de ahí que la ausencia de angustia por estar asociada a la “masculinidad” reciba la puntuación mínima de “disforia de género”.
Si ahora tenemos en cuenta que solo se utilizó la escala “femenina” para las mujeres con disforia de género al inicio del estudio, pero que se cambió a la escala “masculina” después de la última intervención quirúrgica (y viceversa para los sujetos masculinos), queda claro que el notable descenso de la “disforia de género” que registró la escala UGDS después de la intervención quirúrgica se debe enteramente al hecho de cambiar la escala.
Los autores señalan que es de vital importancia reconocer que la inversión de la escala UGDS tras la reasignación de género no solo “no era ideal”, como reconoció el autor principal, el Dr. de Vries, sino que invalidaba por completo la conclusión principal del estudio holandés final. Así lo explican:
Al defender la decisión de invertir la escala UGDS (de Vries, 2022), de Vries señaló —y nosotros estamos de acuerdo— que no tendría sentido pedir a los nacidos varones posoperados que respondieran a una pregunta como “No me gusta tener erecciones” (Tabla 1, UGDS-M, ítem 11), puesto que ya no tienen pene. Nos solidarizamos con la difícil situación de los investigadores holandeses, que se encontraron sin una herramienta válida para medir el constructo de “disforia de género” después del tratamiento. Sin embargo, es igualmente absurdo pedir a los nacidos varones que respondan a preguntas como “Odio menstruar porque me hace sentir como una chica” (Tabla 1, UGDS-F, ítem 10), y tiene aún menos sentido informar de la “resolución de la disforia de género” porque no “odian menstruar”.
El problema con la afirmación de la “desaparición de la disforia de género”, que se basa en la inversión de la escala, quedó patente en la presentación del equipo holandés en el Simposio de la WPATH a finales de 2022. Al presentar datos de seguimiento a largo plazo de personas en transición de “hombre a mujer”, el equipo holandés reconoció que, aunque los sujetos seguían puntuando bajo en “disforia de género”, más de la mitad manifestaban vergüenza genital y casi una cuarta parte seguían sintiéndose incómodos con su cuerpo, que seguían considerando demasiado masculino.
- Se ofreció psicoterapia a todos los sujetos, por lo que se hace imposible determinar qué intervención “funcionó”
Contrariamente a la noción de que la psicoterapia enfocada a explorar las causas de la disforia de género o a mejorarla de forma no invasiva es equiparable a la “terapia de conversión”, el protocolo holandés exigía psicoterapia continua y los estudios reconocían adecuadamente que esta puede haber contribuido al buen funcionamiento postoperatorio de los jóvenes tratados. Sin embargo, al mezclar la psicoterapia con las hormonas y la cirugía fue imposible determinar si las intervenciones médicas y quirúrgicas, la psicoterapia o simplemente el paso del tiempo permitieron que estos jóvenes, que ya registraban un buen funcionamiento, lo mantuvieran 1,5 años después de la cirugía.
- Los estudios solo se centraron en los posibles beneficios y no evaluaron los riesgos
A pesar de que hace tiempo que sostienen la hipótesis de que las hormonas perjudican el desarrollo óseo y cerebral, los investigadores holandeses no evaluaron estos riesgos. El hecho de no tener en cuenta todos los resultados relevantes —incluidos los efectos sobre la salud física— es un fallo metodológico clave en la investigación holandesa. Incluso sin proponerse evaluar los riesgos para la salud física, los estudios holandeses revelaron que hasta el 7 % de los sujetos sufrieron morbilidad grave y mortalidad: varios sujetos desarrollaron diabetes y obesidad durante el tratamiento, uno falleció y el 100 % quedó estéril, ya que el protocolo exigía la extirpación de los órganos reproductores.
En investigaciones más recientes, han puesto de relieve los riesgos e incertidumbres asociados con los bloqueadores de la pubertad y las hormonas sexuales cruzadas. Los datos de seguimiento a largo plazo presentados en el Simposio de la WPATH sugieren que el arrepentimiento reproductivo y los problemas significativos con la función sexual afectaron a una proporción importante de las personas que realizaron la transición en la clínica holandesa cuando eran adolescentes.
Los autores observan: “Los pacientes y sus familias no pueden tomar decisiones informadas sobre un tratamiento cuando se afirma que los riesgos para la salud física son mínimos, no se informa sobre ellos y solo se tienen en cuenta los posibles beneficios psicológicos”.
- Los resultados no son generalizables a la mayoría de los casos actuales de jóvenes con disforia de género
En la actualidad, la mayoría de jóvenes con disforia de género sufren un inicio pospuberal de la disforia de género, una enfermedad mental significativa y, cada vez más, presentan identidades de género no binarias, presentaciones clínicas que los holandeses descartan explícitamente de sus estudios.
Hoy en día, el protocolo holandés se administra a los mismos jóvenes que habrían sido descalificados de esta investigación fundacional.
Esto es alarmante, ya que hasta 1 de cada 10-20 jóvenes en EE. UU. (con tendencias similares en el resto del mundo occidental) reivindican actualmente una identidad transgénero, con lo que se arriesgan a recibir tratamiento con un protocolo explícitamente contraindicado para sus casos.
- Realizar investigaciones con la noción preconcebida de la superioridad de la reasignación médica de género
El contrapeso o equipoise, un concepto clave en la investigación clínica, requiere que los investigadores mantengan un auténtico sentido de la incertidumbre y la curiosidad sobre qué intervenciones son más eficaces. Así se consigue diseñar estudios que no favorezcan una intervención sobre otra, sino que generen pruebas fiables sobre qué intervención tiene más probabilidades de aportar beneficios, al tiempo que se minimizan los riesgos. Los investigadores holandeses partían de la idea preconcebida, pero no probada, de que la única forma de ayudar a los jóvenes con disforia de género de inicio temprano en la infancia y que empeoraba en la adolescencia era hacerles transicionar mediante hormonas y cirugía.
El peligro y la inexactitud de suponer que solo las hormonas y la cirugía “funcionan” quedan patentes en los resultados de un estudio anterior, a menudo pasado por alto, de la misma clínica de género holandesa que comunicó los resultados de jóvenes con disforia de género para quienes se descartó la reasignación de género en la adolescencia.
Sorprendentemente, el 80 % dejó de interesarse por la transición de género como adultos y encontraron otras formas de abordar su disforia de género. Esto cuestiona la presunción de que los adolescentes con disforia de género querrán irremediablemente vivir como adultos transidentificados.
- La disponibilidad del protocolo holandés puede haber creado la crisis de la creciente demanda de reasignación de género de jóvenes en ausencia de criterios objetivos de necesidad médica o de investigación de calidad
Los autores señalan un estudio anterior sobre la juventud holandesa realizado antes de la llegada del protocolo holandés. Este estudio poblacional prospectivo con 879 niños holandeses arrojó que el 6 % se consideraba “de género variante”, pero, 24 años después, ninguno había optado por someterse a una transición médica, a pesar de ser elegibles para la reasignación de género como adultos maduros.
Estos niños y niñas “con variantes de género” alcanzaron la mayoría de edad pocos años antes de que se creara el protocolo holandés y antes de que los profesionales clínicos holandeses idearan la noción de “transexuales juveniles”, hoy denominados “jóvenes transgénero”. Así, estos niños y niñas pudieron experimentar el desarrollo de su identidad sin la presión de las etiquetas y, lo más importante, sin bloqueadores de la pubertad ni hormonas sexuales cruzadas.
Los partidarios de tratar a jóvenes con hormonas y cirugía afirman que estas intervenciones son esenciales para “quienes las necesitan”. Los autores plantean dos cuestiones clave:
“En primer lugar, ¿ha creado esta ‘necesidad’ la disponibilidad del protocolo holandés? En segundo lugar, a falta de criterios claros para diferenciar el ‘deseo’ de una persona joven de una ‘necesidad’, ¿se exigirá una investigación rigurosa para demostrar que los beneficios superan los riesgos?”.
- Es hora de reevaluar la experiencia holandesa con metodologías de investigación rigurosas
En vista de las miles de derivaciones a la clínica de género de Ámsterdam desde que se puso en marcha la práctica de la transición de género en jóvenes, los autores instan al equipo de investigación holandés a utilizar metodologías de calidad para volver a analizar el cuarto de siglo de resultados sobre “reasignación de género” en jóvenes.
Los autores formulan recomendaciones concretas sobre cómo empezar: accediendo a los registros sanitarios y revisando los historiales de todos los pacientes diagnosticados de disforia de género, independientemente del tratamiento elegido. Animan a los holandeses a diseñar estudios que comparen varios subgrupos y a prestar atención a los resultados objetivos a largo plazo en salud mental y física, analizándolos por separado para cada tipo de intervención y por sexo al nacer.
Cabe mencionar que los autores señalan que el resultado principal de la reasignación de género en jóvenes debe estar claramente articulado y justificado. Al principio, los investigadores holandeses afirmaron que el objetivo de la transición era mejorar el funcionamiento psicológico. Sin embargo, cuando los estudios no lograron demostrar beneficios convincentes de mejora del funcionamiento psicológico, se redefinió el objetivo; la afirmación más reciente de los investigadores holandeses es que los resultados psicológicos no son los resultados correctos que deben evaluarse; los resultados preferidos son la calidad de vida y la satisfacción con el tratamiento. Los resultados no deben modificarse en función de lo que los investigadores consideren que “funciona” después del tratamiento, porque esa metodología introduce el grave riesgo de encontrar una asociación por casualidad. Por el contrario, los resultados deben estar claramente articulados de antemano y ser objeto de un seguimiento y una comunicación coherentes para todos los sujetos “por intención de tratar”, independientemente de que su estado mejore, empeore o no cambie.
La investigación que siguió a los estudios holandeses es aún más defectuosa
Los estudios más recientes que pretenden demostrar los beneficios de la transición de género adolecen de limitaciones aún más importantes que los estudios holandeses. Los autores ilustran este déficit analizando tres estudios recientes que han sido ampliamente citados por los partidarios de la reasignación de género en jóvenes como prueba de que la transición temprana es beneficiosa, y demuestran cómo los resultados débiles o incluso negativos de los estudios se transforman en resultados favorables.
Un ejemplo reciente y sorprendente es el estudio de Tordoff et al., que se ha presentado como prueba de que los beneficios de la reasignación de género aparecen rápidamente durante el primer año de tratamiento y conducen a una reducción drástica de la depresión. De hecho, los porcentajes de depresión en el grupo tratado se mantuvieron sin cambios antes y después del tratamiento. La conclusión optimista de los beneficios provino del hecho de que el grupo no tratado empeoró y este hallazgo se percibió incorrectamente como una señal de que los tratamientos habían ayudado al grupo “tratado” a permanecer estable y evitar el deterioro. Sin embargo, Tordoff et al. ignoraron que perdieron la friolera del 80 % de los participantes “no tratados” al final del estudio y que esta tasa de abandono invalidaba por completo la metodología y las conclusiones del estudio:
Sin embargo, al basar su conclusión sobre el éxito relativo de los “tratados” en el hallazgo de falta de éxito entre los casos “no tratados”, los investigadores no tuvieron en cuenta que perdieron un asombroso 80 % de su cohorte “no tratada” al final del estudio (28 de 35); en cambio, más del 80 % de la cohorte “tratada” (57 de 69) permaneció inscrita. La elevada tasa de abandono de los sujetos “no tratados” tiene un sentido intuitivo: el estudio se llevó a cabo en una clínica de género, cuyo objetivo principal es la prestación de servicios de transición de género. Los jóvenes cuyo malestar mejorara sin el uso de hormonas tendrían pocos motivos para seguir inscritos en la clínica y participar en la investigación en curso. Sin embargo, lo que esto también sugiere es que los jóvenes “no tratados” que mejor funcionaban abandonaron el estudio. Por lo tanto, no es válida la conclusión de que las hormonas administradas a los casos “tratados” “funcionaron” porque los casos “no tratados” obtuvieron peores resultados en las mediciones de depresión, ansiedad o suicidio. Hay otros problemas en el estudio, como el hecho de que el uso de fármacos psiquiátricos no se tuvo en cuenta en el análisis. La universidad era consciente de los problemas de esta investigación, pero decidió guardar silencio porque las conclusiones optimistas del estudio fueron muy bien recibidas por los medios de comunicación nacionales (Rantz, 2022).
Gran parte de la investigación llevada a cabo por las clínicas de género adolece de problemas similares, y pocos médicos de primera línea responsables de recomendar tratamientos tienen el tiempo y la capacidad para evaluar de forma crítica las metodologías de estos estudios profundamente defectuosos, que de alguna manera logran superar la revisión por pares incluso en las revistas más prestigiosas.
Reflexiones de la Society for Evidence Based Gender Medicine SEGM
El estudio “El mito de la investigación fiable en medicina pediátrica de género” supone un formidable desafío a la afirmación de que la conclusión de los estudios holandeses sobre los beneficios psicosociales parte de una “sólida investigación prospectiva”. El artículo exige la atención urgente de la comunidad médica.
No solo pone en tela de juicio la idea de que el creciente número de jóvenes con disforia de género puede tratarse de forma segura y eficaz con hormonas y cirugía, sino que también cuestiona que sea mejor atender con hormonas y cirugía a quienes experimentan el inicio de la disforia en la infancia.
Los autores destacan hasta qué punto el campo de la medicina de género se ha alejado de los principios básicos de la medicina basada en la evidencia. Abogan por recurrir a expertos en metodología sin conflictos de intereses intelectuales o de otro tipo en cualquier nueva investigación, en lugar de seguir recurriendo a la investigación procedente de encuestas online o de las propias clínicas de género, que, al luchar por la supervivencia de sus prácticas, han asumido cada vez más una postura politizada y activista.
La insistencia de la comunidad de la medicina de género en que cuestionar la ciencia y exigir rigor en la investigación es equiparable al “negacionismo científico” o la “transfobia” expone a este campo al riesgo de convertirse en una de las mayores epidemias médicas del daño.
Como señalan los autores, en la actualidad, hasta 1 de cada 10-20 jóvenes de secundaria y universitarios estadounidenses se autoidentifican como transgénero.
Esta autoidentificación, “afirmada” por profesionales sanitarios, les expone a lo que se ha demostrado que es una vía de tratamiento médico de “afirmación del género” en gran medida irreversible, que provoca cambios irreparables y que previsiblemente desembocará en infertilidad o esterilidad.
Miles de personas jóvenes detransicionadoras ya están alzando la voz y los estudios recientes indican tasas de detransición médica de hasta el 30 %. No todos estos individuos se identifican como “detransicionadores” y no todos conceptualizarán sus experiencias como “arrepentimiento”, pero muchos sí que lo han hecho y es probable que muchos más lo hagan. De investigaciones anteriores se desprende que transcurren aproximadamente entre 8 y 11 años entre la reasignación de género y la aparición de un arrepentimiento a largo plazo y un notable aumento de la morbilidad y la mortalidad.
Las sociedades médicas y las revistas científicas que silencian el debate en la medicina de género, al tiempo que promueven acríticamente la falaz narrativa de la “ciencia asentada” con la publicación de estudios profundamente defectuosos, están contribuyendo a esta crisis. El campo de la medicina de género tiene un tiempo limitado para autocorregirse antes de que las autoridades sanitarias y, cada vez más, los funcionarios electos que no entienden de medicina, pero sí de los riesgos de perjudicar a la juventud, intervengan para frenar los daños.
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