Que se celebre como una victoria que en el Reino Unido hayan rectificado y en lugar de «persona gestante» aparezca la palabra madre; que en el Congreso de Estados Unidos se hayan suprimido madre, padre, hijo, hija, y toda palabra relacionada con el parentesco por considerar que no es lenguaje inclusivo; que Izquierda Unida haya elaborado un texto donde defiende con ahínco que el sexo no es binario, sino una combinación aleatoria de genitalidad, cromosomas, hormonas, etc. no puede ser resultado sino del más eficaz lavado de cerebro llevado a cabo a nivel internacional.
No creo en teorías de la conspiración, porque nunca se pueden demostrar; pero este caso no es una labor conspirativa, sino que se puede seguir el rastro de la mayor operación llevada a cabo en la historia para desactivar el feminismo, único movimiento que empezaba a desestabilizar el sistema patriarcal. La operación se inicia hacia el 2006 con los llamados Principios de Yogyacarta, una reunión a título privado que da como resultado un documento donde se define por primera vez (que yo sepa) el concepto de identidad de género.
La estrategia utilizada para expandir la operación es lo que se conoce como ventana de Overton (gracias Amelia Valcárcel por haberme descubierto el concepto). Esta estrategia de comunicación política hace aceptable lo impensable o inaceptable.
No puedo desarrollar más la idea por falta de espacio. La ventana de Overton para desactivar el feminismo ha tomado como objetivo redefinir lo que es ser mujer, para que más allá de la realidad material del cuerpo sexuado se convierta en un sentimiento interior, y se ha valido de la experiencia que denominaremos trans. La operación ha necesitado de tres coartadas: la coartada intelectual, la emocional y la comunicativa.[…]
Las feministas, tanto las «viejas desactualizadas» –otra manera de desacreditar a las mayores– como las más jóvenes, estamos perdiendo el miedo y hemos dicho basta. Vemos el profundo sexismo que se oculta en esta operación que trata de desactivar una lucha que tiene tres siglos de historia. Las feministas viejas o jóvenes somos las Asterix que resisten ante este lavado de cerebro, y como bebimos de la marmita del feminismo por mucho que lo intenten no nos van a doblegar.
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