Las afirmaciones «las mujeres trans son mujeres» y «los hombres trans son hombres» están compitiendo por erigirse como la frase definitoria de nuestros tiempos. En poco más de cinco años, el tema transgénero ha irrumpido con tal fuerza en la conciencia colectiva que el aún joven Día Internacional de la Visibilidad Transgénero parece ya anacrónico. Quizá deberíamos de remplazarlo por el Día del Discernimiento, porque, si bien las personas transgénero (como yo, por ejemplo) nos hemos vuelto bastante visibles, las razones por las que somos transgénero siguen ocultas en la sombra.

La ortodoxia actual insiste en que las personas transgénero tienen una identidad de género incongruente con su biología, lo que podría causar algo llamado disforia de género. Sin embargo, estas palabras no explican nada. La identidad de género no puede definirse sin recurrir a un razonamiento circular: «el género con el que nos identificamos» y los estereotipos sexistas. Un argumento imposible de demostrar, imposible de ponerse a prueba e imposible de considerarse útil. Las personas transgénero merecen más que eso, merecen algo no solo afianzado en la realidad, sino congruente con otros aspectos de su personalidad. Según el principio de la navaja de Occam, la hipótesis correcta suele ser la más sencilla y la que implica menos suposiciones. La identidad de género es una mera suposición: es el supuesto de que la identidad de género existe. Este razonamiento no solo es orwelliano, sino digno de Lewis Carroll… y su lugar es la papelera. Lejos de inventar nuevos términos, habríamos de empezar por conocer a fondo los que ya tenemos. Está claro que algunas personas tienen una insaciable compulsión a iniciar una transición. La evidencia de más de cincuenta años señala que la terapia hormonal y la cirugía de reasignación de género pueden mejorar la vida de esas personas una vez que han recibido atención psicológica y psiquiátrica a fin de determinar la comorbilidad de ciertas problemáticas psicológicas. Sin duda, mi vida mejoró tras seguir ese proceso.

Entonces, ¿qué podría causar la disforia de género, sino una identidad de género incongruente? Suele afirmarse que la identidad de género es algo obvio, pero los modelos basados en la identidad son relativamente recientes. Los comportamientos, por otra parte, han sido objeto de debate durante generaciones. Sin incluir por ahora la transexualidad de mujer a hombre, diré que la transexualidad de hombre a mujer se divide en dos grandes categorías.

La primera categoría está conformada por un grupo de hombres que acusan rasgos estereotípicamente considerados femeninos desde una edad muy temprana. Sienten atracción exclusiva hacia otros hombres y parecen iniciar una transición para resultar sexualmente atractivos a hombres heterosexuales.

La segunda categoría está conformada por un grupo muy distinto de hombres cuyo comportamiento durante la infancia no se corresponde con lo típicamente considerado femenino. Por lo general, les atraen las mujeres, como a la mayoría de los hombres, y su proceso de transición puede dejar atónitos a sus familiares y amistades. Es una vivencia que sigue un patrón muy distinto. En todo caso, si la causa no es la identidad de género, ¿cuál es? Hace una generación, el sexólogo Ray Blanchard planteó que esos hombres están sexual y románticamente atraídos hacia sí mismos, y acuñó el término autoginefilia, que quiere decir atracción de un hombre hacia sí mismo cuando se imagina como mujer. Muchos otros rasgos de la personalidad pueden ser extrovertidos o introvertidos, ¿por qué no la orientación sexual?

Va bien con la narrativa: hombres comunes y corrientes, excepto por manifestar, desde la primera infancia y en cuanto adquieren consciencia de que existen dos sexos, el deseo de pertenecer al sexo opuesto. Ciertamente, esa fue mi propia experiencia. Era incapaz de explicármelo a mí mismo, mucho menos de hablarlo con otras personas. Sin embargo, a los cinco años ya sabía que era algo muy vergonzoso, tanto que se convirtió en un enorme secreto que debía mantener oculto a toda costa. Mis problemas se agravaron durante la pubertad, cuando la testosterona que corría por mis venas intentaba centrarse en algo. Mientras mis amigos varones empezaban a interesarse en las chicas, mi objetivo estaba invertido. Necesitaba ser una chica, pero eso era imposible; mi mente empezó a librar una batalla con una fantasía frustrada. Solo Dios sabe qué habría hecho si hubiese tenido acceso a Internet y a toda clase de pornografía a la mano. Me preocupa desesperadamente su efecto en los adolescentes autoginefílicos de hoy. En lugar de mirar a los ojos el origen de su sexualidad, considerada tan reprobable que ni siquiera nos atrevemos a nombrarla, se les confirma que pertenecen al sexo opuesto, incluso que son mujeres de verdad. Son sandeces, pero sandeces convincentes… siempre y cuando el resto de la sociedad se vea forzada a seguir la corriente.

Están, también, los hombres de mediana edad que hicieron una transición y han batallado con la autoginefilia durante años. A nadie sorprende que el aumento astronómico de estos casos coincida con el auge de las redes sociales, donde los hombres que han sufrido una vida de vergüenza y culpa por la compulsión de imaginarse como mujeres, vestirse como mujeres y, finalmente, modificar sus cuerpos para que parezcan cuerpos de mujeres, encuentran modelos a seguir en otros hombres y se descubren a sí mismos como modelos a seguir para otros. Yo lo viví en 2011: en unos cuantos meses me convencí de que era algún tipo de mujer. Si otros estaban haciendo una transición, ¿por qué yo no habría de hacerla?

La compulsión se volvió incontenible y en el otoño de 2012, es decir, menos de dos años después, inicié mi transición. El proceso trajo un consuelo paliativo. La posibilidad de presentarme ante la sociedad de la manera típicamente considerada femenina se correspondía con la forma en que siempre había querido verme. La terapia hormonal aminoró el impulso sexual masculino que tanto me había conflictuado desde la pubertad. Por fin, la cirugía de reasignación de género hizo que mi cuerpo se pareciera a los cuerpos que despertaban mi atracción de manera natural. Puede que sea un paliativo, pero difícilmente diría que fue una solución satisfactoria. Mi esposa perdió a su marido, pues sentía atracción hacia el cuerpo que yo tenía cuando nos conocíamos, no al cuerpo que tengo ahora. Mis hijos se preocuparon profundamente por la posible reacción de sus amistades. El resultado fue un desastre monumental.

¿Fue la mejor decisión? En su momento, ciertamente mi salud mental estaba tan deteriorada que requería de un remedio drástico. ¿Volvería a hacerlo, sabiendo lo que ahora sé? No tengo una respuesta. Solo sé que el premio que creí ganar, es decir, convertirme en mujer, nunca trascendió el pensamiento mágico. Jamás seré una mujer, tan solo puedo parecer mujer.

Además, es cierto que no hay nada que pueda hacer como trans que no pudiera hacer como hombre, salvo infringir los límites establecidos por las mujeres y apropiarme de sus derechos basados en la diferencia sexual. No lo hago, así que podría decirse que no he ganado nada. ¿Debería, pues, revertir mi transición? No. Me gusta mi cuerpo tal como es ahora. Lo hecho, hecho está, y no hay marcha atrás. Me siento en paz como mujer trans: soy un hombre biológico que prefiere tener un cuerpo similar al de una mujer. Se trata, sin embargo, de una serenidad que parece eludir a muchas otras mujeres trans que siguen persiguiendo arcoíris y resienten mis dichos. ¿Tal vez porque mis palabras calan hasta el hueso?

Pienso que la transición de un cuerpo que luce femenino a uno que luce masculino es muy distinta y habría de ser abordada por alguien que la haya vivido. Nuestro común denominador es transitar de un género al otro, pero el supuesto de que lo hacemos por las mismas razones es solo eso: una suposición.

El discernimiento está controlado por el lenguaje y el supuesto de la identidad de género ha causado demasiadas confusiones, amén de demasiadas personas infelices. De verdad, ya es hora de arrojar esa idea a la papelera. Tengamos huevos y dejémonos de huevadas: la identidad de género es una patraña.

Artículo original de Debbie Hayton, publicado en abril de 2020 con el título Gender Identity is Bollocks. Traducido y publicado por Atenea Acevedo con permiso de Debbie Hayton

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