Por Sally Wainwright
La nueva ley trans del gobierno escocés, que prioriza las declaraciones subjetivas de «identidad de género» sobre el sexo biológico, permite que hombres autodeterminados como lesbianas, exijan acceder a todos sus espacios y actividades. Obligadas a reunirse en secreto, el gobierno de Nicola Sturgeon niega a las lesbianas su existencia social y las devuelve al armario. Sally Wainwright cuenta su experiencia.
Como lesbiana escocesa, me preocupa profundamente cómo afectará a mi vida personal, social y cultural el proyecto de ley de Reforma del Reconocimiento de Género. Elijo pasar gran parte de mi tiempo libre en compañía de lesbianas y otras mujeres. Esto es esencial para mi felicidad personal y mi bienestar. Las reuniones sólo de mujeres, en las que consigo apoyo y amistad, me parecen un mundo aparte de las mixtas.
El ambiente, nuestras experiencias compartidas y nuestra comprensión, y mucho más, son únicos, no sólo en la intimidad de nuestros hogares, sino también en nuestras actividades sociales y culturales, incluso en los grupos de senderismo, que están abiertos a todas las mujeres lesbianas. Para nosotras, este proyecto de ley no sólo afectará a nuestra seguridad, dignidad y privacidad. Sino aterradoramente también a nuestra libertad de asociación, a nuestra existencia cotidiana fundamental y a nuestro derecho a vivir como elijamos.
En 1988, el gobierno de Thatcher introdujo la Sección 28, que prohibía a las autoridades locales «promover» la homosexualidad. En respuesta, una amiga y yo fundamos el Deckchairs Collective, que organizaba encuentros anuales de lesbianas. El objetivo era reivindicar nuestro derecho a existir y asegurarnos de que las lesbianas no tuvieran miedo a «salir del armario» tras aquella atroz legislación homófoba y lesbófoba.
No estaba preparada para el miedo que experimentaban las lesbianas. Una mujer me llamó para decirme que ella y su pareja eran profesoras, pero que ocultaban su relación a todo el mundo por miedo a las consecuencias de ser descubiertas. Estaba demasiado asustada para decirme siquiera su nombre de pila o la ciudad donde vivían, pero llamó sólo por tener la oportunidad de hablar con otra lesbiana.
Ahora volvemos a ver el mismo miedo y aislamiento, esta vez como consecuencia de la ideología de la identidad de género.
Con la revocación de la Sección 28, los cambios en las actitudes públicas y, finalmente, la introducción del matrimonio homosexual, pensé que las lesbianas por fin podríamos vivir libres de prejuicios y, desde luego, sin la interferencia del Estado. Durante unos años fue más o menos cierto: la lesbofobia persistía, por supuesto, pero pudimos organizar discotecas de lesbianas, librerías, salidas nocturnas, grupos de marcha. Ingenuamente, pensé que habíamos conseguido el derecho indiscutible a vivir públicamente como lesbianas. Qué equivocada estaba.
Nada más hacernos visibles, hombres que decían ser «mujeres» empezaron a exigirnos que les dejáramos entrar. La primera vez que me encontré con hombres que decían ser «lesbianas» (en Estados Unidos en 1980) pensé que era una ocurrencia. De nuevo, qué equivocada estaba. Hoy es la política oficial del gobierno escocés, que prioriza las declaraciones subjetivas de «identidad de género» sobre el sexo biológico.
Con el paso de los años, las exigencias de los ideólogos de la identidad de género se han hecho cada vez más imperativas e influyentes. Desde hace algunos años, los grupos de lesbianas nos hemos visto obligados a organizarnos y reunirnos en secreto, cuidando la forma en que anunciamos nuestras actividades o invitamos a nuevos miembros.
Casi todos nuestros espacios sociales y reuniones han cerrado. Las mujeres se autoexcluyen de espacios y eventos lésbicos anteriormente seguros que, de facto, se han convertido en mixtos. A las lesbianas se les prohíbe participar en las marchas del Orgullo, mientras que las pancartas lésbicas son portadas por hombres marcando paquete embutidos en pantalones cortos plateados.
Desde 2016, el Audacious Women Festival empodera a las mujeres -lesbianas y heterosexuales- para superar las desventajas que sufrimos por ser mujeres. Los eventos van desde el empoderamiento personal hasta sesiones de prueba en deportes en los que las mujeres están infrarrepresentadas. Lo más importante es que son eventos para un solo sexo, libres de energía masculina, superioridad física o sentido del poder. Esto proporciona un espacio de apoyo y sin prejuicios en el que las mujeres se sienten seguras para expresarse y experimentar sin miedo a las críticas masculinas. Garantiza que los eventos estén abiertos a todas las mujeres, independientemente de su raza, religión, discapacidad, trauma o experiencia de violencia machista.
El proyecto escocés de Ley de Reforma del Reconocimiento de Género -que ahora impugna el gobierno británico [por chocar con la ley de Igualdad] – hará imposible este tipo de actos.
Nos han traicionado grupos e individuos captados ideológicamente que deberían haber hablado en nuestro nombre. Los políticos escoceses también han cerrado sus ojos, sus oídos y sus mentes a lo que está ocurriendo; cegados por la inexplicablemente atractiva ideología de la «identidad de género» y ensordecidos por los estridentes gritos de los indignados derechos masculinos. Políticos que sencillamente no se preocupan en absoluto por las mujeres, y aún menos por las lesbianas.
La iniciativa legal de aceptar como «mujeres» no sólo a los hombres con disforia de género grave, sino también a delincuentes sexuales, autoginéfilos o simplemente a tipos corrientes, está siendo impulsada por políticos que se niegan a reconocer las preocupaciones de las mujeres. Políticos que celebran el alarmante aumento del número de lesbianas jóvenes que se presentan como «trans», en lugar de prestar atención al Informe Cass, a la protección o al claro elemento de contagio social. Políticos que no se preguntan dónde han ido a parar las adolescentes lesbianas. (Una adolescente me contó que pocas chicas de su curso admiten ser heterosexuales y ninguna lesbiana; todas son «trans», «no binarias» o de alguna otra “identidad espacial”.)
Políticos, en definitiva, que se complacen en consentir la lesbofobia. Mejor un hijo trans que una hija lesbiana. La única protección de las lesbianas en esta atmósfera tóxica es la Ley de Igualdad del Reino Unido, que permite excluir a todos los varones en determinadas circunstancias. Pero en diciembre el Tribunal de Sesiones dictaminó que los hombres con un Certificado de Reconocimiento de Género (CRG) son legalmente «mujeres» a prácticamente todos los efectos.
Por extensión, los hombres heterosexuales con un Certificado de Reconocimiento de Género deben ser, absurdamente, «lesbianas». Las pocas excepciones no cubrirán a asociaciones como mi grupo de senderismo. La determinación del gobierno escocés de repartir GRCs como si fueran caramelos negará a las lesbianas una existencia social o cultural distintiva. Esta nueva legislación nos devolverá al armario.
Un tribunal de Tasmania prohibió recientemente los eventos organizados por lesbianas que excluyen a varones biológicos que dicen ser «mujeres», por considerarlos «discriminatorios». Hacia allí se dirige Escocia. Es indignante y aterrador. Una vez que nos vemos obligadas a incluir a personas que no pertenecen a nuestro grupo protegido por ley, todas las protecciones dejan de tener sentido.
Quienes quieran espacios mixtos, que los disfruten. Pero también se nos debe permitir a las que queremos reunirnos, socializar e interactuar sólo con otras lesbianas. Como simpatizante del independentismo, me parece irónico que ahora dependamos del gobierno conservador del Reino Unido para hacer cumplir la Ley de Igualdad, para proteger los derechos de las lesbianas escocesas a vivir libres de coacción estatal o masculina, y para permitir que las lesbianas salgan de fiesta.
*Sally Wainwright es activista y escritora.
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