Por Janice Turner, columnista de The Guardian y The Times.
La doctora Hilary Cass precedió su comunicado sobre el futuro de los servicios de género infantil con una cita del estadístico estadounidense W. Edwards Deming: “Sin datos, eres solo otra persona con una opinión”. Para cualquiera que haya seguido las sombrías prácticas de la clínica de género Tavistock-GIDS, que afortunadamente será clausurada, esto marca un cambio discreto y cauteloso, pero profundamente radical.
Al escribir sobre este tema, a menudo me he encontrado con hechos tan peligrosos y creencias tan extrañas, tan fuera de la ciencia o la razón, que ha sido difícil transmitir su existencia.
Escúchame, dices, los médicos británicos están recetando un fármaco para detener la pubertad en menores de 11 años que es utilizado para castrar químicamente a los violadores . El fármaco ni siquiera está aprobado para la disforia de género infantil. Reduce el crecimiento y la densidad ósea, esteriliza y mata la libido futura. Y, aún hay más, no sabemos qué hace ese fármaco al cerebro en desarrollo de los adolescentes, o incluso si funciona y si se convierten o no en adultos trans felices y satisfechos. Porque no hay datos, no hay investigación a largo plazo.
Ahora, gracias a Cass, se acabará esa falta de curiosidad institucional y esa negligencia médica. Todos los niños a los que se les pongan bloqueadores de la pubertad ahora serán rastreados hasta la edad adulta, mientras que 9.000 pacientes perdidos en el sistema (después de la transición reciben nuevos números del NHS) serán contactados.
Los informes tienen el potencial de poner fin a una locura grotesca a favor de la transición médica pediátrica en todo el mundo.
Esta semana se ha revelado el poder de la luz del sol cuando brilla en lugares oscuros. No habría un informe Cass si Keira Bell, quien lamentó su transición apresurada cuando el Servicio de Desarrollo de Identidad de Género (GIDS, por sus siglas en inglés) en Tavistock la puso bloqueadores a los 16 años después de solo tres citas, no hubiera iniciado una revisión judicial. En el Tribunal Superior, se oyeron las voces incrédulas de los jueces:
¿Cómo podría una niña de 12 años dar su consentimiento a una droga que le impedirá tener hijos? ¿Por qué otros problemas preocupantes de los pacientes (autismo, depresión, acoso homofóbico, trauma infantil) no se tuvieron en cuenta? ¿Por qué el Tribunal no pudo ver los resultados del estudio largamente prometido de Tavistock de 44 pacientes medicados con bloqueadores? (El estudio se conoció un día después del fallo del Tribunal Superior, pero dado que el seguimiento a los menores solo se hizo durante solo tres años sin grupo de control, es casi inútil).
No importa que Bell finalmente perdiera la apelación. Porque había logrado, a un gran costo personal, llevar el escrutinio legal y público a un servicio corrupto del NHS. Destapó el escándalo de una medicina movida no por las pruebas sino por las demandas de los activistas adultos en los periódicos y en las emails de los diputados. (Incluso entonces Kemi Badenoch, como ministra de Igualdad, tuvo que luchar contra colegas cobardes y funcionarios obstruccionistas para poner en marcha la investigación Cass).
Todavía me cuesta entender por qué el GIDS aborrece la investigación. Si se preocupara por los niños disfóricos, ¿no querría obtener los mejores resultados? Si tuviese fe en su vía médica, seguramente no le importaría probar su eficacia. ¿No es la discusión libre y abierta entre compañeros de profesión la mejor manera de mejorar los tratamientos?
Y sin embargo, los médicos del GIDS a quienes les preocupaba que las hormonas se recetaran demasiado rápido, o se prescribieran a niños que simplemente serían homosexuales, fueron vilipendiados, acusados de transfobia, obligados a realizar en secreto cualquier terapia reflexiva.
Se desacreditó a denunciantes como Marcus y Susan Evans, se suprimieron informes internos como el del Dr. David Bell y se aleccionó al personal para que no se comunicara con Sonia Appleby, la jefa de protección de GIDS, que había manifestado sus preocupaciones por los pacientes vulnerables.
Pero el tiempo en el que puedes impedir las preguntas, silenciar el debate, es limitado. Alguien con verdadero coraje, que no puede vivir con su conciencia si no actúa, es capaz de arriesgarlo todo. […]
Ahora [tras el cierre de Tavistock-GIDS] los servicios de género se trasladarán a los hospitales infantiles regionales, incluidos Great Ormond Street y Alder Hey en Liverpool. El tratamiento, dice Cass, será global, teniendo en cuenta los rasgos del autismo, la salud mental y las vivencias de los menores.
Sin embargo, ya sabemos que el personal de GIDS ayudará con la creación de estas unidades. Los grupos de transactivistas como Mermaids permanecen callados, tal vez con la esperanza de poder ejercer su influencia. Se necesitará una financiación generosa, terapeutas bien capacitados y protocolos de tratamiento estrictos si queremos evitar la creación de más lugares oscuros, donde la opinión triunfe sobre los datos y no llegue la luz del sol.