Quizá no estemos tan lejos como parece de la estremecedora distopía de Ray Bradbury. Aún no ha sido organizada ninguna quema de libros. La imagen evoca recuerdos históricos que la hacen repulsiva. Sin embargo, parece que sí ha llegado el momento de condenar a determinadas autoras a una pira simbólica… y de someterlas a un asedio sistemático, desde los insultos en las redes sociales hasta la presión para que las librerías dejen de vender sus obras, pasando por las amenazas hacia su persona. Es el caso de la conocida escritora Lucía Etxebarría.
[La escritora es] culpable de haber manifestado sus discrepancias con el anteproyecto de la llamada “Ley Trans”, cuya versión final debería ser registrada a principios de año en el Congreso de los Diputados para su tramitación. No es Lucía Etxebarría la única que se ha mostrado crítica con ese proyecto. Numerosas voces, desde el ámbito académico y las propias filas del feminismo, han alertado acerca de la pretensión de introducir en nuestro ordenamiento jurídico conceptos carentes de fundamento material y científico – como la “autodeterminación de género”.
¿Por qué es Lucía Etxebarría objeto de semejante campaña de acoso y derribo por parte de lobby y colectivos transgeneristas? Porque es una persona pública, feminista, con un criterio independiente… y la propia naturaleza de su profesión la hace vulnerable al acoso mediático. Reúne todos los atributos de una cabeza de turco.
Pues se trata, en efecto, a través de ella, de dar un escarmiento, un aviso para navegantes, a quienquiera se atreva a cuestionar los dogmas de la fe queer. Si es posible poner en la picota a una escritora consagrada y amargarle la vida, ¿qué no podría hacerse con las demás?
La izquierda en su conjunto debe recapacitar, porque está emprendiendo un peligroso rumbo de colisión con el feminismo. Pero, en lugar de encajar con aplomo el aluvión de críticas, reflexionar y propiciar una sensata rectificación por parte de la ministra, destacados portavoces de Podemos han preferido cerrar filas en torno a ella. Sostenella y no enmendalla. Parece que el nuevo patriotismo hunde sus raíces en una acrisolada tradición. Pero, entre todas esas voces – que, curiosamente, evitan cualquier referencia al incidente en cuestión, limitándose a un penoso ejercicio de culto a la personalidad -, destaca sin duda por su grosería la de Juan Carlos Monedero. “Los ataques a Irene Montero – escribía hoy en su cuenta de twitter – son coletazos del país que cortó el pelo a las mujeres de los mineros en huelga, que dejó en la cárcel en la amnistía del 77 a las mujeres, que quiso tumbar al gobierno por el matrimonio homosexual. Que fusiló a Lorca por rojo y maricón.
[…] resulta que las feministas acaban de matar a Lorca “por rojo y maricón”. Que no se sorprendan, pues, si les cae algún ladrillazo. De momento, simbólico. ¡Es que van provocando!
Hay que poner fin a este despropósito antes de que el desgarro sea irreparable. Que los cortesanos callen. Que la ministra rectifique de modo honorable. Que se escuche a las feministas en el Ministerio de Igualdad. Hay demasiado en juego.
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