El lenguaje es un reflejo de nuestras actitudes y creencias, por lo que nunca es inocente, puede ser más bien una herramienta política. Ha sido siempre el poder –y las academias son parte de él– el que ha dado los visto bueno a ampliar o enmendar el vocabulario y determinar el sentido y fijar los usos correctos. Y por suerte los movimientos pro derechos civiles han abogado por la corrección política del lenguaje, pues la denigración de colectivos discriminados se apoya en el habla.

Pero igual que es de justicia que se enmiende el uso aberrante del lenguaje, también lo es que se analice el posible impacto de incorporar conceptos que mientras buscan acabar con la discriminación de una minoría sientan las bases para cargar contra los derechos de una mitad de la población: las mujeres. […]

El feminismo defiende los derechos de las mujeres no por capricho, sino porque están históricamente socavados. Y he aquí que la aparición de nuevos conceptos como cissexualidad no vienen a reconocer la identidad de nadie (por suerte el IEC no ha bautizado el cisgenerismo , aunque en la biblia de los estudios de género de la profesora Judith Butler son sinónimos). Más bien vienen a poner el foco en una cuestión perversa que consiste en nombrar a la gente según el encaje de su género en su sexo. Y a facilitar el llamado transgenerismo .

“La sacerdotisa Butler ha pervertido un término que estaba aplicado a una cuestión totalmente biológica, de estricto dimorfismo sexual –dice la psicóloga feminista Carme Freixa–. El resto, lo que no tiene que ver con la transexualidad, es puro protolenguaje, nada de lo que ella habla existe, son elucubraciones suyas que amagan misoginia”.

Quizá pronto se prohíba el uso del término mujer referido a las que son biológicas y transexuales. Se le acusará de transfóbico porque excluye a los hombres que “se sienten mujeres” y mantienen la fisiología masculina. El objetivo es claro: ser reconocidos jurídicamente como mujeres, ocupar los espacios y quizá renombrar a las biológicas como “personas con vagina”, algo cosificador y muy conveniente para favorecer a los provientres de alquiler.

El lenguaje puede ser un primer paso para borrar a las mujeres.

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