Septiembre 2020

También entendí que mi propia biología determinaba mi lugar en la sociedad, yo no entendía la realidad mujer porque nunca había recibido una formación como mujer porque no tenía capacidad reproductiva, que era la razón por la cual las mujeres recibían esa educación y esa socialización para su control. En efecto, entendí que yo no era mujer, era un varón que había cambiado su performatividad de género,

Así que he iniciado mi transición y a partir de hoy viviré como mujer”, escribí en mi perfil  de Facebook, ya hace más de 11 años, cuando por fin conseguí trabajo de mi carrera al mismo tiempo que llevaba un tratamiento de reemplazo hormonal para iniciar la feminización de mi cuerpo. Tenía la total convicción de que estaba haciendo lo correcto, sentía emoción y alegría por el futuro ¿Por qué no lo tendría? ¿No era eso lo que había estado planeando desde hacía ya más de un lustro?

Recuerdo el momento justo en que decidí iniciar mi transición para convertirme “en mujer”, lo decidí viendo el ocaso, sentado en el piso de mi sótano de Tegucigalpa, Honduras, una tarde poco antes de cumplir 27 años. Por cuestiones familiares, de pareja y laborales, sería hasta cinco años después, a mis 32, que inicié al fin con bloqueadores de testosterona, meses después, consiguiendo trabajo ya con apariencia femenina (aún pasarían cinco años más para mi cambio oficial de nombre). Hice el anuncio oficial en Facebook, la recepción fue mayoritariamente positiva, nada podía salir mal, lo había pensado, planeado y ejecutado con cuidado y sin precipitarme.

[…] La mayoría de las personas que traté en los años siguientes saben que mi pelea fue por intentar definir ese problema ¿Qué es ser mujer? ¿Podía yo ser una mujer? ¿Cómo?

El pensamiento generalizado en la comunidad trans ese entonces (2010) era: “No eres mujer, no puedes serlo. Te puedes ver y conducir como mujer, verte lo más similar a una, pero no lo vas a ser. De todas formas, ese no es el objetivo, el objetivo es que te sientas mejor contigo y con tu cuerpo. Solamente sé realista, sólo entiende la verdad”. Aunque brutalmente honesta, esa era la mejor respuesta.

[…] En la breve militancia que tuve en el activismo trans, vi un discurso hueco y vacío sin personalidad propia, de nuevo, con un clasismo apenas disimulado. Mientras alcancé a entender, aún se seguía pensando que las demandas eran las mismas que las del colectivo Gay, lo cual es comprensible porque a partir de ahí se originó y por mucho tiempo las demandas se asemejaban; en parte también era por la noción tradicional que la comunidad de ‘mujeres trans’ estaba conformada por varones gay. Sin embargo, al avanzar la década de los 2000, se notó la diferenciación y la necesidad de denominarse un movimiento diferente. Achacaba, pues, la vacuidad del discurso del activismo trans a un proceso normal de redefinición al independizarse y reconformarse.

[…] Alejándome de la comunidad trans empecé a frecuentar foros y asociarme con lesbianas, no es que yo me considerara “lesbiana”, sino pensé que si iba a seguirme asociando a las letras LGBT y trataba de mantener mi distancia de lo trans, me entendía mejor con lesbianas que con los gays. Para cuando terminé la carrera, solía juntarme con varias amigas del colectivo lésbico de Ciudad Universitaria, así que para mí era un tipo de vuelta a las raíces. Afortunadamente, en esta ocasión, caí entre grupos lesbofeministas y atendí (de oyente) a sus foros y leí sus artículos. Eso fue un gran acierto.

También entendí que mi propia biología determinaba mi lugar en la sociedad, yo no entendía la realidad mujer porque nunca había recibido una formación como mujer porque no tenía capacidad reproductiva, que era la razón por la cual las mujeres recibían esa educación y esa socialización para su control.

[…] En efecto, entendí que yo no era mujer, era un varón que había cambiado su performatividad de género, aceptarlo fue doloroso, pero si iba a mantenerme coherente con lo aprendido y mis posturas académicas, entonces tenía que aceptar la idea que la definición de mujer era una ‘hembra humana adulta’ a la que se le impone el papel de individuo oprimido debido a su capacidad reproductiva, mediante una serie de normativas sociales y culturales llamadas “feminidad”, algo que yo no era ni había afrontado jamás. En el momento que acepté esto, que entendí esto, la disforia que me llevó a transicionar, simplemente se fue evaporando, acepté mi realidad y mi papel. Por fin tuve paz.

[…] Ahí el discurso predominante en el activismo trans era casi místico-mágico: las mujeres trans eran mágicamente mujeres, solo bastaba que se identificaran como tales para serlo, y siempre lo habían sido, retroactivamente. La autodeterminación cambiaba la realidad de la persona, la biología no importaba, no existía, era muy compleja, no se podía saber nada. El creer que los genitales importan, que la biología importa, que tiene algo que ver con el género, es discurso de odio. Que el género se elegía, que era móvil.

En el momento en que vi a un varón sonriente, blandiendo un bate, prometiendo golpear mujeres en una marcha de mujeres porque “lo excluían”, no sólo me dije que no podía aceptar eso, que me iba a poner activamente en contra de esta corriente misógina que había secuestrado al activismo trans.

[…] Yo no quiero protagonizar nada, ni siquiera quería levantar la voz en primer lugar, pero no podía vivir con mi consciencia viendo a jóvenes gritar abiertamente que quieren golpear y matar mujeres porque esas mujeres “les niegan su realidad”, cuando la posición teórica que les hace pensar en ello es fundamentalmente fallida y sin sustento en los hechos. No lo van a hacer en mi nombre ni porque “me protegen”, no lo hacen, al contrario, están convirtiendo al activismo trans en el brazo arcoíris de lo incel, en un alt right sexual. Tengo miedo de que esto conduzca a la pérdida de derechos de la comunidad LGB por asociarlos con este movimiento totalitario y, poco a poco, por fortuna, hay cada vez más personas trans hablando contra esta locura.

Ser disidente del género en la comunidad trans

 

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