La primera mujer que presidió el gobierno de Australia, Julia Gillard, se ha convertido en la última política que se resiste a responder a la sencilla pregunta: ¿qué es una mujer?

El viernes pasado, Biddy O’Loughlin, miembro de Women’s Rights Network Australia, planteó la «gran pregunta». ¿Qué es una mujer?», preguntó. ¿Está de acuerdo con la [ex] fiscal general de Queensland, Shannon Fentiman, en que «las mujeres trans son mujeres», y con el líder del Partido Laborista británico, Sir Keir Starmer, en que «algunas mujeres pueden tener pene»?

Gillard hablaba en un acto en Adelaida sobre la «promoción de la mujer», por lo que definir qué es una mujer debería haber sido una tarea relativamente fácil. Pero, en lugar de dar una respuesta directa, la ex Primera Ministra vaciló durante cuatro minutos y medio. Intentando inventar una frase coherente, acusó a los que se preocupan por los derechos de la mujer en medio del auge de la ideología de identidad de género de «intentar atrapar a los políticos desprevenidos» Divagó sobre las personas que creen que son de un determinado sexo en «su mente y su alma». Y trató de explicar cómo las personas pueden cambiar de un sexo a otro. Va en ambos sentidos», dijo. Personas que han pasado de ser hombres a ser mujeres y mujeres que han pasado a ser hombres».

Al tratar de eludir la pregunta clave, Gillard se reveló indiferente a las preocupaciones de millones de mujeres sobre los espacios y los derechos de las mujeres:

«La mayoría de la gente en su vida no acabará practicando deporte de élite. La mayoría de la gente no acabará en la cárcel. La mayoría de la gente en su vida se encontrará, en algún momento, con alguien que es una persona transexual y creo que lo que realmente cuenta es la apertura y el espíritu de inclusión sobre la forma en que te encuentras con ellos».

Siempre se puede saber si un político se siente seguro o inseguro de lo que dice. En 2012, Gillard pronunció un discurso ante el Parlamento australiano en el que acusaba de sexismo al entonces líder de la oposición, Tony Abbott. El discurso acabaría definiendo su mandato como primera ministra. Al pronunciar ese discurso, Gillard se mostró enérgica y proyectó su cuerpo hacia fuera. Sin embargo, la semana pasada, cuando fingía no saber lo que es una mujer, le costaba mirar a la gente a los ojos. Levantó las manos como si las usara de barrera.

Es más, en 2012, Gillard sabía claramente lo que era una mujer. «Me sentí ofendida cuando el líder de la oposición salió a la calle, frente al Parlamento, y se puso junto a un cartel que decía «Ditch the witch» [Àbajo la bruja]. Me sentí ofendida cuando el líder de la oposición se colocó junto a un cartel que me describía como la zorra de un hombre», declaró. También se refirió a comentarios anteriores de Abbott, en los que había hablado de hacer de la primera ministra «una mujer honesta», en aparente referencia al hecho de que vivía con su pareja sin estar casada. Gillard consideró que esos comentarios eran denigrantes precisamente porque sólo se habrían dirigido a una mujer.

Sin embargo, ahora Gillard se ha convertido en la última de una larga lista de políticos que fingen estar confundidos con la biología humana. Digo fingiendo porque es obvio que sabe que las mujeres son hembras humanas adultas: todo el mundo lo sabe.

Sólo los ideólogos de la identidad de género más recalcitrantes creen que un hombre puede convertirse en mujer con sólo pronunciar el conjuro: «Me identifico como mujer». Ciertamente, los transactivistas han conseguido que políticos cobardes se pongan de perfil en público, pero todo el mundo sabe a ciencia cierta que se trata de mera teatralidad.

Quizá Gillard tenga que preocuparse más que la mayoría de los políticos por esas mujeres sublevadas que insisten en defender sus derechos y mantener la definición de mujer que da el diccionario. Al fin y al cabo, en los últimos años, su historial sobre las cuestiones que afectan a las mujeres ha sido objeto de un renovado escrutinio. Mucho antes de que la emboscaran con preguntas sobre si las mujeres pueden tener pene, en 2013 su Gobierno promovió una enmienda a la Ley Australiana de Discriminación Sexual de 1984 para consagrar en la ley el concepto de identidad de género, es decir, cómo siente una persona su sexo biológico. Como escribió la abogada australiana Katherine Deves el año pasado en Spectator Australia:

Se derogó la definición de «mujer» como «persona de sexo femenino, independientemente de su edad» para dar cabida a las demandas de los hombres que quieren ser mujeres. Ahora, la Ley de Discriminación por Razón de Sexo prohíbe discriminar a una persona no sólo por su sexo, sino también por su identidad de género, condición intersexual u orientación sexual».

La política apenas se debatió en su momento, pero se aprobó a instancias de los activistas trans, poniendo en marcha la supresión de los derechos de las mujeres por razón de sexo en Australia.

Puede que Gillard se presentara en su día como una «Girl Boss» en la escena internacional, pero está claro que la primera jefa de gobierno de Australia no era amiga de las mujeres. Ahora incluso afirma no saber lo que es una mujer.

Raquel Rosario Sánchez es escritora, activista e investigadora de la República Dominicana.

Traducción de Contra Borrado

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