Dado que la mayoría de las personas que declaran tener disforia de género son niñas y adolescentes, yo diría que, lejos de entrar en un impresionante mundo de derechos civiles progresistas, nos enfrentamos a un futuro médico distópico en el que se anima a que niñas y jóvenes transformen sus cuerpos, en lugar de derribar los estereotipos sexistas de los que tan desesperadamente quieren escapar.
¿Debe considerarse la disforia de género como una discapacidad? En agosto, el Tribunal de Apelación del Cuarto Circuito de EE.UU. dijo que sí. El tribunal federal determinó que la disforia de género está cubierta por la Ley de Estadounidenses con Discapacidades. El caso se refería a un transfemenino que demandó al sheriff del condado de Fairfax (Virginia) tras ser encarcelado junto a hombres. A menos que la sentencia se impugne en un tribunal superior, esta decisión afecta a todos los ámbitos de la sociedad en los que la ley de derechos de los discapacitados aplica, como los derechos laborales y los alojamientos públicos.
Algunos activistas sostienen que, si las personas con disforia de género están amparadas bajo la ley de discapacidad, quienes rechazan su sexo podrán acceder a instalaciones específicas para el sexo opuesto e intervenciones médicas, como las cirugías. En relación a la sentencia, el director ejecutivo del Centro Nacional para la Igualdad Transgénero, Rodrigo Heng-Lehtinen, expresó a NBC News: «Es una sentencia muy importante y positiva para aumentar el acceso de las personas a los tratamientos afirmadores de género».
El término «disforia de género» se refiere a un fuerte sentimiento de rechazo y angustia que una persona puede sentir respecto a su sexo biológico. La mayoría de la gente siente simpatía y compasión hacia quienes se sienten tan angustiados por su cuerpo que desean escapar de él. Sin embargo, la forma en que la sociedad entiende la disforia de género está sufriendo una alteración sin precedentes que exige más escrutinio.
En el pasado, cuando se hablaba de disforia de género, el concepto se aplicaba en su gran mayoría a los hombres de mediana edad que preferían los estereotipos femeninos a las expectativas de la masculinidad. Algunos estudios indican que en los años 60, más del 90% de las personas que se identificaban como trans eran hombres.
Pero en las últimas décadas se ha producido un cambio drástico de este grupo demográfico a otro completamente diferente: niñas y adolescentes.
En la última década se ha producido un aumento meteórico de jóvenes que rechazan su cuerpo y se identifican con el sexo opuesto. La gran mayoría de estas jóvenes son hembras. Las estadísticas de Canadá indican que el número de pacientes que declaran disforia de género pasó de casi nulo en 2004 a más de 1.000 en 2016, y alrededor del 80% eran chicas. En el Reino Unido, el Servicio de Desarrollo de la Identidad de Género vio un aumento del 4.400% en una década en el número de niñas que presentaron disforia de género. Mientras que la mayoría de los pacientes una década antes eran varones, en 2018, más del 70 por ciento eran niñas y adolescentes.
Si este aumento astronómico de la disforia de género se debiera a mayor concienciación y aceptación de las personas que se sienten angustiadas por su sexo, veríamos aumentos similares en todos los grupos demográficos, incluidas las mujeres de mediana edad y hombres de todas las edades. Pero eso no está ocurriendo.
Por lo tanto, debemos considerar seriamente: ¿y si la disforia de género, especialmente entre jóvenes altamente influenciables, está aumentando debido a un contagio social?
Muchas de las chicas que rechazan su cuerpo no tenían antecedentes de sentirse angustiadas por su sexo biológico y sólo empezaron a presentar disforia de género después de que una amiga empezara a identificarse como trans o tras ser expuestas a esta idea en foros de internet.
No es inaudito que las adolescentes se enganchen a una idea una vez que han sido expuestas a ella entre su grupo de amigas. Algo similar ha ocurrido con los trastornos alimentarios como la bulimia. Lo que es inusual y preocupante es ver que instituciones respetables fomentan activamente el pensamiento desordenado entre jóvenes propensas a ser influenciadas.
Alrededor de la fecha en que se dictó la sentencia del Cuarto Circuito, estalló la noticia de que algunos hospitales infantiles de Estados Unidos están promocionando tratamientos médicos y procedimientos quirúrgicos que cambian la vida de menores de edad. El Hospital Infantil de Boston publicó vídeos promocionales dirigidos a las niñas en los que se les aconsejaba cómo vendar sus senos y se les explicaba en qué consisten las «histerectomías afirmadoras de género«. El Hospital Infantil de Pittsburgh ha publicado vídeos promocionales explicando los bloqueadores de la pubertad, con música edificante y doctores sonrientes que exaltan las virtudes de medicamentos que se ha demostrado que tiene un impacto negativo en la densidad ósea y aumenta el riesgo de infertilidad. El Hospital Nacional de la Niñez, localizado en Washington D.C., fue sorprendido declarando que realiza histerectomías a adolescentes de 16 años y a chicas más jóvenes angustiadas por su sexo.
Mientras que algunos países, como Australia y Canadá, siguen adelante con la medicalización de la niñez que se identifica como transgénero, otros, como Suecia, Finlandia e Inglaterra, están haciendo una pausa para investigar de manera más exhaustiva. En julio, el Reino Unido anunció que el Servicio Nacional de Salud cerrará su única clínica de identidad de género para niños y niñas, a raíz de las querellas respecto al tratamiento inadecuado a jóvenes y de un informe independiente condenatorio. Entre los puntos clave del informe estaban: «Falta consenso y debate abierto sobre la naturaleza de la disforia de género y, por tanto, sobre la respuesta clínica adecuada».
En un momento en el que un número sin precedentes de niñas y jóvenes presentan disforia de género, ¿qué hacemos con una sentencia federal que considera esta condición una forma de discapacidad? Lo que el director del Centro Nacional para la Igualdad Transgénero denomina «tratamientos afirmadores de género» son procedimientos experimentales e irreversibles para la niñez, ahora cubiertos gracias a una nueva artimaña legal.
Dado que la mayoría de las personas que declaran tener disforia de género son niñas y adolescentes, yo diría que, lejos de entrar en un impresionante mundo de derechos civiles progresistas, nos enfrentamos a un futuro médico distópico en el que se anima a que niñas y jóvenes transformen sus cuerpos, en lugar de derribar los estereotipos sexistas de los que tan desesperadamente quieren escapar.
*Raquel Rosario Sánchez es una escritora, investigadora y activista de la República Dominicana.
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