Rosana López Rodríguez, licenciada en Letras UBA. Militante de Trece Rosas, frente feminista de Razón y Revolución.

Hace poco, en España, la diputada Carla Antonelli, del PSOE, defendió el reconocimiento del género como identidad con el argumento  de que, en Argentina “no ha pasado absolutamente nada” luego de varios años de aprobada la ley. Lo cierto es que Argentina funciona como banco de pruebas del generismo queer, dado que fue el primer país del mundo en aprobar una ley de identidad de género con estas características. Digamos primero, que la ley se aprobó sin ninguna discusión social, acompañada luego por una intensa campaña de censura contra todas las personas que opinen diferente, so pena de castigo legal, enjuiciamiento por “crimen de odio” o por “calumnias e injurias”.

La Ley de Identidad de Género debe colocarse entonces en el marco más amplio que implica todo un conjunto legislativo y de prácticas sociales, dentro de las cuales se justifica el alquiler de vientres, la prostitución o la hormonación de menores. Es un marco filosófico subjetivista, relativista y anti científico, que, puesto al servicio del deseo individual, posibilita todo tipo de arbitrariedades. Desde este punto de vista, el individuo está autorizado a exigir todo de la sociedad, sin que se le pueda pedir nada a cambio. Una ley que interpusiera el derecho de la sociedad (y el deber, para con la propia persona interesada) de verificar, certificar o valorar la posibilidad y la conveniencia de una solución determinada al problema que se le presenta, se considera un intento poco menos que “mengeliano” de “patologización” de la condición sexo-genérica del o la demandante.

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La colonización queer del feminismo utiliza como punta de lanza a la población trans, quien a su vez, aislada del movimiento LGBTQ+, ha encontrado en el de mujeres un vector más útil para sus demandas. Así, el transactivismo, que no comparte con nadie sus organizaciones y logros, pretende dirigir el movimiento de mujeres. Esta colonización necesita del borrado. El movimiento de mujeres se transforma, de esta manera, en el soporte de los intereses de otros, con una consecuencia clara: el fortalecimiento del patriarcado. El argumento central de Antonelli esconde esta terrible realidad: que la política del queerismo pretende resolver los problemas de su colectivo a costa de las mujeres. Porque gracias a esa política, los únicos verdaderos ganadores son el patriarcado y su socio estratégico, el capitalismo.

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